ISSN 2250-6225 otorgado por CAICYT - CONICET (ISSN Argentina)

domingo, 20 de febrero de 2011

Actualizamos la sección Trabajos

Compartimos con ustedes el trabajo de Corina Calabresi, "El instituto de psicología experimental y los comienzos de la psicología en la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza)", publicado originalmente en la Revista diáLogos, Revista Científica de Psicología, Ciencias Sociales, Humanidades y ciencias de la Salud Vol 1 N°1 diciembre de 2009.
También aprovechamos para incentivarlos a compartir con nosotros sus inquietudes y sus opiniones acerca de los contenidos del blog.
Saludos


domingo, 13 de febrero de 2011

El Inconsciente en la Historia

El concepto de inconsciente no llega a la cultura, ni a la medicina, de la mano de Freud. Numerosos filósofos y médicos se refirieron a éste mucho antes de la llegada del psicoanálisis.
En un enjundioso estudio de esta historia Ivon Bress ubica entre los antecedentes, en primer término, a Platón quien por boca de Aristófanes habla de un “deseo ignorado”: “Por el contario, cada uno consideraría lisa y llanamente que acaba de oír la expresión de un deseo que tenía desde hacía largo tiempo” (Brès 2002, 11). Cuando cita a Descartes encuentra una carta en la que el filósofo francés recuerda a una niña a la que amó durante su infancia, de la cual aisló un rasgo: el bizqueo, lo cual le llevo a gustar de mujeres con ese rasgo largo tiempo después, y sin que él supiese por qué: “Así, cuando nos sentimos inclinados a amar a alguien, sin que sepamos su causa, podemos creer que eso viene de que hay algo en él de semejante a lo que fue en otro el objeto que amamos antes, aunque no sepamos qué es” (Ibid, 13).
No obstante Descartes introduce otras cuestiones de interés respecto del concepto fundamental del psicoanálisis. En la primera de sus “Meditaciones metafísicas” comienza por establecer la diferencia entre su acto de cogitar y el pensamiento de un loco. El estilo del párrafo permite vislumbrar el camino que seguirá Descartes: “Pero acaso, aunque los sentidos nos engañan a veces con respecto a cosas muy lejanas y poco sensibles, hay otras muchas, sin embargo, de las que no es posible dudar, aunque por medio de ellos nos son conocidas; como por ejemplo, que yo estoy aquí sentado junto al fuego, con una bata puesta, teniendo en mis manos este papel y cosas semejantes. Pues ¿cómo habría de yo de negar que estas manos y este cuerpo son míos, a no ser que me comparara con esos insensatos cuyo cerebro está tan turbado y ofuscado por los negros vapores de la bilis que afirman constantemente que son reyes, cuando son pobres; que están vestidos de oro y púrpura, cuando se ven desnudos, o se figuran que son cántaros o que tienen un cuerpo de vidrio? Pero ésos son locos, y no lo sería menos si me comparase con tales ejemplos”. (Descartes 1641, 112) (las cursivas son mías)
Desde este punto arrancan una serie de deducciones que inscriben tanto la experiencia del mundo como lo que sucede en el interior del cuerpo. Admite Descartes que en los sueños existe una realidad indiscernible de la vigilia y que tanto allí, como en las experiencias corporales de aquellos a quienes se ha amputado un miembro que parece enviar sensaciones, existe la prueba de que se puede ser engañado por un “genio maligno”. Es por esto que todos sus fundamentos terminarán apoyándose en la justificación de la existencia de un dios. “Ya que dudo y estoy fallado debe haber alguna idea de mayor perfección que me permita verme en tanto que fallado”, podría decirse. Será entonces un Ser cuya perfección incluye su existencia y que será el fundamento de todos sus razonamientos.
“Con toda claridad reconozco, por lo tanto, que la certeza y verdad de toda ciencia dependen únicamente del conocimiento verdadero de Dios; de modo que antes de conocerlo no me era posible saber con perfección cosa ninguna” (Descartes 1641, 169), sentencia el último párrafo de las meditaciones. Así nacía el hombre moderno y quedaba atrás un hombre hecho a imagen y semejanza de dios, un hombre cuyo destino se encontraba escrito en alguna tabla celestial y cuyos avatares terrenales eran signados por reyes y obispos. Pero aquella ruptura tuvo una vuelta de tuerca y dios retornó a su lugar aunque de otra manera: desde ahora él sería el garante infalible de toda ciencia, de todo pensamiento, de toda verdad, de todo deseo y de toda sensación corporal que habite en el hombre.
            Del mismo modo, ese Otro se hace necesario para garantizar el cogito, como lo afirma Marie-Hélène Brousse. Esto es así ya que la fórmula cogito ergo sum dejaría al ser y al saber atados al mínimo instante temporal en que dura su formulación, por la cual este Otro también es garantía de toda posibilidad de saber. 
La relevancia de esta formulación se vincula a las concepciones del inconsciente vinculadas  al Otro lacaniano y al Ello freudiano. No obstante veremos que Lacan hará un viraje sobre este garante de la razón para el sujeto moderno. En “Posición del inconsciente” se refiere al cogito para hacer alusión a los fundamentos de la ruptura de toda seguridad condicionada en la intuición.
Ivon Bress plantea que la génesis de la concepción moderna del inconsciente se da con John Locke, quien en el año 1694, dice que la persona se define por la “continuidad de conciencia” separando así conciencia de sustancia. No obstante, esta continuidad de conciencia también podía ser quebrada, problema específico de la filosofía que prepara el lugar para el concepto de “inconsciente”. Así mismo Leibniz constituye otro antecedente referirse a esta discontinuidad mediante las “percepciones insensibles”, antepasados de las representaciones no conscientes.
La palabra como tal nace en el siglo XVIII, en alemán: bewubtlos; un poco después en ingles: unconscious, y a mediados del siglo XIX en el francés: l´inconscient.  A partir de aquí podemos encontrar, entre las conceptualizaciones más importantes, las realizadas por la “filosofía romántica” de  los dos Fichte, padre e hijo, Schelling y Hegel. Ellos formulan que lo inconsciente puede tener o no la cualidad de conciencia, pero que esencialmente se trata de fenómenos de otro orden, de otra naturaleza. Nacen en otro sitio e implican para el sujeto algo que va más allá de sus representaciones.
También podríamos acercarnos a la psiquiatría alemana a través de Bleuler o de Willem Griesinger, padre de aquella escuela. Comenta Paul Bercherie que el manual de psiquiatría de este último fue encontrado en la biblioteca de Freud, con subrayados y anotaciones varias. Para Griesinger el inconsciente era aquel campo apartado de la conciencia donde se originaba el delirio.
Pero bien, en el año 1966, en su escrito “Posición del Inconsciente”, Lacan vuela de un plumazo todas aquellas consideraciones: “Es preciso, sobre el inconsciente, ir a los hechos de la experiencia freudiana (…)  el inconsciente antes de Freud no es pura y simplemente” (Lacan 1966, 809).
Se deduce de esto que todo aquello que pretendamos decir acerca del inconsciente deberá tener como sustento la experiencia misma del psicoanálisis, en tanto que teoría de la práctica, partiendo, claro está, de los hallazgos freudianos. Bonita historia, entonces, pero poco podremos saber del inconsciente sin la experiencia de un análisis.


Gastón Cottino

martes, 1 de febrero de 2011

Reseña: “La locura en la Argentina” José Ingenieros. 1920.


Varias razones pueden encontrase a la hora de buscar la causa de esta reseña como primer publicación de nuestro blog. Empezaremos por las de índole más general. “La locura…” podría señalarse como el primer libro que recorre la historia de la salud mental en nuestro país.  Si bien es cierto que Ramos Mejía había publicado “La neurosis de los hombres célebres en la Historia Argentina”, en partes, entre 1878 y 1904, dicha obra se diferencia del libro de Ingenieros por apoyarse en análisis psicopatológicos para dejar traslucir aspectos sociales e ideas políticas del autor. 
Con una estructura sencilla, organizado en capítulos desde una perspectiva cronológica, el libro comienza tratando la “locura en la sociedad colonial” y termina con un capítulo dedicado a exponer estadísticas de los alienados en el país entre 1778 y 1919. “La locura…” carece de prólogo, sólo tiene una advertencia inicial del autor en donde explica la motivación para escribir esas páginas y su deseo de que los datos recogidos en 20 años satisfagan el interés de “algún alienista del porvenir”. Tal como podía esperarse para principios del siglo XX, sus páginas están escritas desde un modelo historiográfico descriptivo, sin embargo se pueden distinguir trazos de visión crítica de la historia, fundamentalmente en el capítulo IV, “Los alienados en la época de Rosas”. Allí Ingenieros, heredero de un pensamiento político más cercano a Sarmiento, no elude el calificativo “tirano” y matiza su relato del tratamiento de la locura en la época con acotaciones de índole político y social. Es en ese capítulo donde, confesamos, está la razón más importante de inaugurar nuestro blog con esta reseña. En la lectura grupal de esas páginas, el apartado “Concepto político de la locura” sirvió de germen para nuestro primer trabajo José Félix Aldao, o cuando la política puede escribir la historia de la locura”.
El libro forma parte de las obras completas de José Ingenieros; si te gusta recorrer librerías de usados puede que lo encuentres, sino tenés la opción de descargarlo del siguiente enlace:

Sobre José Ingenieros.
Nación en Italia, más precisamente en Palermo, en 1877 y llega con sus padres a la Argentina, quienes emigraron a causa de su afiliación política socialista. Más allá de su destacada labor como psiquiatra y criminólogo, Ingenieros cultivó su pasión por la filosofía, la historia y la sociología pudiendo plasmar sus ideas en una obra escrita más que prolífica.  Podemos destacar “El hombre mediocre”, “La simulación de la locura”, “La psicopatología en el arte”, “Tratado del Amor”, “Las fuerzas morales”, “Proposiciones relativas al porvenir de la Filosofía”, entre otros. Trabajó como docente en las Facultades de Medicina y de Filosofía de la UBA, y fue invitado a dar conferencias en varias casas de altos estudios de Europa, como las Universidades de Lausana, Paris, Heidelberg. Falleció en 1925 probablemente víctima de un cuadro meníngeo después de casi una semana de agonía, según relató en su momento su amigo el Dr. Francisco de Veyga.


Mariano Motuca.