ISSN 2250-6225 otorgado por CAICYT - CONICET (ISSN Argentina)

domingo, 24 de abril de 2011

Aclaración

Gracias a los comentarios, hemos podido rectificar nuestra última entrada, agregando a la bibliografía un artículo de Lizabeth SAGOLS (“Dominique Lecourt, Georges Canguilhem”. Diánoia v.53 n.61 México nov. 2008), el cuál ha servido de base a la publicación de Edgardo Alcutén.
Nuevamente gracias por sus comentarios.
Grupo de Historia Psi de la provincia de Mendoza.

jueves, 21 de abril de 2011

Georges Canguilhem

Georges Canguilhem (Castelnaudary, 1904 — 1995) fue un filósofo, médico y docente francés, especializado en epistemología e historia de la ciencia. Junto a Bachelard son los dos grandes representantes de la epistemología de la ciencia en la tradición francesa, así como Popper y Kuhn lo son en la tradición anglosajona. Canguilhem desarrolló un modo de pensamiento singular a partir de su formación médica y de su interés por el conocimiento de lo viviente, y contribuyó a definir una epistemología fundada en una práctica rigurosa de la historia de las ciencias.
Sus lúcidas reflexiones sobre el concepto de salud, la experiencia de enfermar, lo normal y lo patológico y sobre la historia crítica de la formación de los conceptos siguen vigentes en nuestra época y podrían ser especialmente nutritivos para quienes nos disponemos a estudiar “historia psi”.

Algunos de sus datos académicos (y algo más):

Canguilhem entró en la Ecole Normale Superieure en 1924; en su misma clase estaban quienes serían grandes figuras del pensamiento y de las letras como Jean-Paul Sartre, Raymond Aron y Paul Nizan. Enseñó en diversos institutos a lo largo de Francia; pero además realizó estudios de Medicina, recibiendo el doctorado en medicina en 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Por cierto, que (usando el seudónimo "Lafont"), fue un miembro activo de la Resistencia francesa, mientras ejercía como médico en la Auvernia.

Después, en 1948, dirigió el departamento de filosofía en Estrasburgo. Siete años más tarde, fue nombrado profesor en La Sorbona y sucedió a Gaston Bachelard como director del Instituto para la Historia de la Ciencia, una posición que ocuparía hasta 1971, momento en el comenzó una activa carrera como docente emérito.
Como Presidente del Jury d'Agrégation en filosofía, Canguilhem tuvo una gran influencia sobre la instrucción filosófica en Francia en la segunda mitad del siglo XX. Fue considerado con afecto por la generación intelectual que surgió en escena en los años 60, tales como Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Louis Althusser, Jacques Lacan y Michel Foucault, pero principalmente sobre éste último tuvo clara ascendencia (y, a su vez, él no dejó de reconocer los hallazgos epistemológicos de Canguilhem - Michel Foucault escribió que Georges Canguilhem fue su maestro y lo presentó como el inspirador secreto de los años 1960 en Francia.). En todo caso influyó decisivamente en la epistemología histórica francesa hasta hoy, lo que hizo que se ampliara su merecido eco.

Algunas de sus ideas:

Respecto de sus estudios de medicina: paradójicamente, Canguilhem no tenía en un principio afanes epistemológicos; comienza su estudio en búsqueda de claridad sobre su técnica y arte, cuando descubre que este arte no se deja reducir al puro y simple conocimiento, si no que desafía los cánones epistemológicos al no subordinar su práctica a la simplificación teórica de las diversas ciencias que intervienen en ella. Resalta como decisivo de la medicina el hecho de que aunque se apoya en los conocimientos científicos, los traspasa en la toma de decisiones. La consideración hacia el sujeto enfermo cambia el panorama del médico a la hora de aplicar sus conocimientos. De esta manera Canguilhem se convierte en un filósofo de la medicina.
El punto de partida es su visión crítica sobre lo normal y lo patológico. La filosofía de la medicina que contiene ese ensayo es una clara defensa de la individualidad y de la subjetividad, frente a las pretensiones homogeneizantes de la fisiología y la patología de Pasteur. Mientras que estas últimas plantean que la enfermedad viene siempre de afuera y altera el equilibrio interno del cuerpo (biológico, medible, cuantificable), Canguilhem (al igual que Hipócrates) plantea que la enfermedad viene del interior del individuo, pues consiste en el estado en que el individuo ya no puede establecer sus propias normas en relación con el medio ambiente.
 Estar enfermo, dice el autor, es verdaderamente para el sujeto otra "expresión" (allure) de la vida. La enfermedad obliga al organismo a remodificar su modo de ser. El estado de salud tiene al sujeto en la inconsciencia de su cuerpo, el cuerpo emerge a la conciencia cuando el sujeto experimenta (vive) limitaciones, amenazas y obstáculos para su salud. La idea de un cuerpo emergente no impide a Canguilhem privilegiar el estado de la conciencia de la enfermedad, como aquello que la constituye, no a la enfermedad en sí, sino a la enfermedad para el enfermo.
Así el estado de salud está lejos de ser algo que quepa en una campana estadística si no que es un estado individual y singular. No es igual en todos, si no que por el contrario es un valor, algo construido desde la conciencia del individuo en interacción con su medio y esa construcción no consiste en apegarse a lo normal en tanto promedio, si no en poder generar sus propias normas en interacción indisoluble con el medio ambiente. Lo anormal o patológico es el estado en que el individuo ya no funciona de acuerdo con sus normas y valores.
En consonancia con lo anterior, la cura no es un retorno o restauración de lo natural, es un evento entre el profesional y el paciente en el que la naturaleza ocupa un papel ambiguo: impone algo, pero a la vez está comandada por la conciencia del paciente. Y si el individuo y la subjetividad están en el centro, la curación no puede ser algo objetivo ni, mucho menos, total; estriba más bien en la apreciación subjetiva.                                                                        
En “Le normal et le pathologique” (Lo normal y lo patológico), Canguilhem pone en claro que, si bien la ciencia con la ayuda de la estadística puede “descubrir” que es raro “anormal” y que es común “normal”, esta descripción no llega a elucidar qué es lo patológico; para ello, afirma, es necesario admitir un criterio de valor. En sus palabras: “... Lo normal no es un juicio de realidad, sino un juicio de valor, una noción límite que define el máximo de capacidad física o psíquica de un ser”. “...Pensamos que la medicina existe como arte de la vida, porque el mismo humano califica como patológicos a ciertos estados o comportamientos aprehendidos en forma de valor negativo...”.
Con respecto a la epistemología histórica de Canguilhem, esta no se funda en la identificación de la filosofía de la ciencia, con la historia de la ciencia (propuesta por Compte), si no en un estudio del desarrollo histórico del espíritu humano. No es pues solo la ciencia lo que importa, hay que considerar el todo de la cultura. De este análisis global se concluye, como lo dice también Bachelard, que hay un primado del error sobre la verdad, que no debe concederse nunca verdad absoluta a las intuiciones especulativas. Resulta entonces imposible ver la ciencia como algo absoluto y verdadero que se sostiene a sí mismo, más bien hay que verla en su intima relación con lo social.
Así, en una construcción filosófica, no es tan importante la verdad, si no los valores que sostiene. La filosofía debe contrastar los lenguajes profundamente especializados con lo que transcurre profundamente en la experiencia vivida.
En “El conocimiento de lo vivo” Canguilhem plasma que, ya que si bien todo organismo se guía por valores, aunque mas no sea de vivir o morir, solo el hombre piensa en ellos, es conciente de ellos y de su construcción en el mundo. Pero este máximo grado del pensar implica el error, ya que el hombre no solo vive o muere, no solo se guía por el apetito, el sueño o el impulso sexual, si no que está guiado por el deseo, y en consecuencia, por la imaginación de lo posible.
El ser humano siempre enfrenta el riesgo a equivocarse y es este riesgo el que lo lleva a la invención, a cambiar constantemente sus hábitos de pensar, a remover los estados estacionarios del saber y así crear nuevas formas de relación social.
Lecourt en su libro sobre vida y obra de Canguilhem resalta que “este autor nos enseña a pensar de pie, es decir: con la valentía necesaria para construir nuestra vida y no caer en el nihilismo”.  

Edgardo Alcutén

Bibliografía:
CANGUILHEM, G.: ‘Lo Normal y lo Patológico’, Buenos Aires: Siglo XXI; 1971. Originalmente publicado en francés: Le normal et le pathologique. Paris: Presses Universitaries de France, 1956.
CAPONI, S.: ‘Georges Canguilhem y el estatuto epistemológico del concepto de salud’. História, Ciências, Saúde — Manguinhos, IV (2):287-307, jul.-out. 1997.
BATTÁN HORESTEIN, A.: ‘Entre experiencia y Conocimiento: La Experiencia de la Enfermedad en G. Canguilhem y Merleau-Ponty’. A Parte Rey 55, enero 2008.
SAGOLS L.: “Dominique Lecourt, Georges Canguilhem”. Diánoia v.53 n.61 México nov. 2008


viernes, 1 de abril de 2011

Reseña: “LOS DESCARRIADOS. Clínica del extravío mental: Entre la errancia y el yerro” Emilio Vaschetto. Buenos Aires. Editorial Grama. 2010

“LOS DESCARRIADOS. Clínica del extravío mental: Entre la errancia y el yerro”
Emilio Vaschetto. Buenos Aires. Editorial Grama. 2010

Un libro como escritura de un analista para hacer par con los “casos de urgencia”, “para estar a la altura de esos casos”, es lo primero que surge al reconocer el estilo de Emilio Vaschetto.
Las vastas y pertinentes referencias a la psiquiatría clásica, la literatura y la religión acercan su texto a una obra abierta. Su estilo desacartonado permite la fluidez en la lectura: un plus que se agradece.
  El tema central: la errancia; el punto de la obra de Lacan que hace de plomada: el Seminario 21 “Les Non-Dupes Errent” ó “Les Noms Du Pére”. Equívoco que remite, como sabemos, al errar de los no-incautos y a la pluralización de los Nombres del Padre. Bien, intentaré hacer una pequeña semblanza, con apoyo en la literatura, de dos puntos cruciales que marcan el recorrido.
Comienza Mujica Lainez su cuento “El vagamundo”: “Llegó a Buenos Aires hace cuatro días, sólo cuatro días, y siente que no podrá quedar aquí mucho tiempo. El amor, su viejo enemigo, le acecha, le ronda, le olfatea, como un animal que se esconde pero cuya presencia adivina alrededor, con uñas, con ojos ardientes. (…) Su vida monstruosa ha sido eso: partir, partir, partir en cuanto el amor alumbra.”[1] Manucho describe al judío errante mediante una suerte de punto de imposible: el amor; figura de errancia intemporal que Lacan vinculará en aquel seminario con la forclusión del Nombre del Padre. Sin embargo la cuestión, y en esto se advierte el alcance del texto de Vaschetto, no se agota allí, sino que en la línea del “nombrar para” que dice allí mismo Lacan, se presentan otras variantes del modo de amar así como maneras del psicoanálisis en la psicosis que desandan los caminos de las estabilizaciones y los anudamientos.
La segunda referencia es al “Pierre Menard, autor del Quijote” de J.L. Borges. Recordemos que aquí Borges propone el tema de una imposible y “total identificación con un autor determinado”[2]. No es el lugar este de un análisis del cuento sin embargo no estaría demás destacar que la estructura del relato apunta a lo que María del Carmen Rodriguez llama vertiente egocida en la obra borgeana, que da cuenta del Yo especular, destacando la fijeza del nombre y del sujeto como vacío.
 No obstante, es importante recalar en algunos “pequeños detalles” a la hora de revisar el Pierre Menard. Por ejemplo; utiliza sólo dos letras mayúsculas iniciales en palabras que no son nombres propios, estas son: Error y Memoria. De la segunda tenemos una suerte de subversión en el relato al hacer a “la historia, madre de la verdad”, asunto que la ubica del lado del medio-decir. Pero de la primera, no volvemos a encontrar referencias, ni siquiera por asociación. Es por ello que entiendo puedo sumar otro detalle, y es el índice anagramático en el nombre Pierre, cuya última sílaba remite directamente a la palabra “yerra” en francés: “erre”. Recordemos el origen francés del nombre del autor y de muchos de los títulos de sus obras. Si esto es así, considero se puede leer todo el Pierre Menard como una gran perífrasis del “chavalier errant”, en tanto que “errante” o “itinerante” como dice Lacan en su Seminario y remarca Emilio en su texto, salvando la etimología iterare que acerca el término a la repetición. En la misma dirección va la referencia de Borges al Bateau Ivre de Rimbaud, que destacan también Germán García y Gustavo Dessal en la presentación y el epílogo de “Los descarrilados”.
Es entonces que haciéndonos evidente el exilio respecto de la relación sexual, Emilio deja una suerte de brújula: “¿Qué nos orienta, o mejor qué no engaña en la errancia? El síntoma”[3]. Lo cual podemos poner en serie con aquella sugestión con la cual Lacan cerrara su seminario: “Pero eso es quizás en ese andar (erre) –ustedes saben esa cosa que tira allí cuando el navío se deja botar- que podremos apostar a encontrar lo real”[4], en contraposición a esa poca realidad, en apariencia tan segura de su norte, que es el fantasma.
Bon Voyage!

Gastón Cottino


[1] Mujica Lainez, M. “Misteriosa Buenos Aires”. Buenos Aires: Debolsillo. 2008.  p 238
[2] Borges, J.L. "Ficciones”. O.C. Tomo I. Buenos Aires: Emecé. 1989. p 446.
[3] Vaschetto, E. “Los descarriados: Clínica del extravío mental: entre la errancia y el yerro”. Buenos Aires. Grama. 2010. p 77.
[4] Lacan, J. “Seminario 21” p 191. Inédito.